Más que reflexiones auto-implicaciones (ensayo en construcción)
Empezar una reflexión sobre la educación es uno de los retos necesarios
y más urgentes para afrontar y hasta enfrentar el mundo actual, de una manera
que posibilite una transformación primero de las estructuras de las conciencias
y por consecuencia de las estructuras de las sociedades. Pretender un solo
parámetro para describir la educación es ir sin ver en el mundo de las
visiones. Sí se pretende adoptar una postura auto-reflexiva activa y crítica,
que permita, más que analizar la educación como “cosa”, interpretarla como
actividad-experiencia. Posiblemente se mencione de manera sutil conceptos que
llevan a temas imprescindibles e ineludibles, que a la vez pretenden mostrar lo
complejo del cuestionamiento frente y desde la educación.
En necesario re-pensar la educación. No es del todo la panacea. Su
sentido se pierde cuando se viste de mesianismo. La brecha entre cultura y
educación es abismal. Casi que la escuela es una cosa y el mundo otra cosa
totalmente diferente. Ni leer en un nivel básico se promueve dentro de la
misma. Una visión pesimista y angustiante de la realidad de la educación y la
escuela en sí misma. Ésta como punto inicial, de partida frente a los retos del
tercer milenio y el papel con sentido de la educación, de la escuela y del
papel mismo de los maestros que de muchas maneras influyen en la estructura de
la conciencia del discente. No se puede exigirle nada que no se exija al
maestro, y, a éste en mayor medida.
Ya no se puede ni se debe seguir haciendo la clase de siempre con los
títulos y objetivos de siempre, la escuela tradicional está más viva que nunca.
Lo que ha cambiado es que se pasó de la tiza al marcador. Seguimos usando los
libros con los que se nos impartió clase. Por ello es que hasta los conceptos
deben ser re-formulados, pues, una clase ¿en pleno siglo XXI?,
el “ir a dictar clase” ya es una frase y actividad tan anti-pedagógica, aun no
nos percatamos de ello, es algo fuera de todo contexto que pretenda la
autonomía en el educando. Ya no hay “alumnos” a los que se les da la luz. Sino
aprendices (discentes) que vienen con unos cuestionamientos frente al mundo;
siempre ha sido así, solo que la escuela al no tener sentido de audición dejaba
mudos los cuestionamientos de cada sujeto. Así la escuela primero necesita de
sentidos y de sensibilidad. Para poder ejemplificar al discente que debe formar
y fortalecer la capacidad de sus sentidos (habilidades, destrezas,
competencias) y la sensibilidad (inteligencia, racionalidad, pasión). Es el
maestro con conciencia pedagógica y educativa, el engranaje clave para empezar
a re-encaminar la escuela, posteriormente emprender el recorrido como proceso
de transformación de la educación y así de la relación directa e inseparable
con la cultura, de la relación directa de maestro y discente, casi que
desembocando por embudo, mas no por presión, a la transformación de las
estructuras sociales (económicas). Solo es posible un mundo mejor si tenemos
convicciones fundadas en la educación.
Por educación podemos entender desde esta postura la actividad del
maestro y discente dentro del aula. Es como ver con unos lentes específicos la
actividad del maestro y la actividad del discente en el proceso de enseñanza
aprendizaje, tratando de proponer ir más allá de ello, pues lo verdaderamente
importante es que cada quien se sienta en plena actividad para adquirir una
cierta experiencia que le posibilite en la medida de lo viable ser lo que
quiere ser. Así, necesariamente trasciende el aula, la actividad del aula debe
tener un mínimo de condiciones, que contextualice de forma más existencial la
realidad de cada quien, para terminar por asumir una responsabilidad y un
compromiso por los demás desde dicha realidad única y propia.
Este escrito es más un llamado a los maestros de las escuelas que
ejercen el sentido mismo de la educación. A pesar de que hoy existan diversas
formas de aprender y de salir adelante y edificar un futuro próspero muchas
veces sin pasar por la escuela o la universidad. Los maestros debemos sentirnos
maestros, no dar la luz de nuestra razón sino permitir el camino (método) para
que cada discente se permita a sí mismo hacer uso de su propia luz. Casi que
siguiendo a Kant. Pero permitiendo esas otras diversas dimensiones humanas en
las que descansa más su ser que en la misma sola razón. La pasión es lo que se
ha perdido en la escuela. Los maestros estamos perdiendo la pasión por ser
maestros y así les decimos sin decir a nuestros discentes que la pasión no
sirve. Se pierde la pasión por ser aprendiz. Y así se pierde la relación
necesaria para aprender mientras se viven experiencias que le posibilita dentro
de sus actividades reconocerse a sí mismo.
Desde la filosofía se hace un llamado a re-interpretar la esencia de lo
que hacemos, la verdadera pasión de nuestras actividades. Ellas son las que nos
hacen vivos. Podremos sentir mil cosas, pensar otras tantas pero si no tenemos
la mínima actividad sobre el mundo, será el mundo quien determine lo poco que
pueda ser como parte de una sociedad-sistema-consumo que aliena
instantáneamente e indistintamente, y te convierte sin darte cuenta en un
consumidor feliz de consumirse a sí en el proceso de la no-experiencia y así de
la pérdida del sentido de la vida.
Todas las áreas, asignaturas, materias, deben ser re-unidas, su división
solo produjo la división de las dimensiones y realidades humanas, dividiendo el
interior del aula misma, re-unirse en mira a la conciencia de aprendiz
sostenida por tres pilares fundamentos, a saber: concentración,
responsabilidad-respeto, querer (amar).
Se habla de conciencia de aprendiz como el objetivo que abrirá la puerta
a mil posibilidades de ser por autonomía y decisión. No se quiere imponer una
única meta de la educación, sino que no puede haber meta de educación sin
conciencia de aprendiz y sin conciencia pedagógica-educativa. Son casi que los a priori para el proceso educativo.
Pueden existir otros conceptos que sirvan para describir lo que se interpreta
frente a la educación, el de concentración puede ser entendido como disciplina,
pero a veces este tiende a generar una especie de adoctrinamiento. Mientras que
el de concentración es la puesta en escena de la conciencia de aprendiz frente
al mundo mismo. Es más bien como la atención indispensable y necesaria para que
exista la actividad y así la experiencia educativa, siguiendo a Dewey. No
necesariamente lo que se ha solido llamar enseñanza-aprendizaje, puesto esto es
más bien una consecuencia, muy posterior. La actividad educativa, es aquella
que parte de una actitud, generando vida, desde el maestro como desde el discente,
y, para el maestro tanto como para el discente. Por ello la conciencia de
aprendiz es lo que como maestros debemos posibilitar en su real expresión, su
ser, su actividad, el mostrarse frente al mundo; ya por medio de una pregunta
que suscite un debate y que no necesariamente se aferra a un currículo que en
ocasiones esta desligado de la realidad de los discentes. De qué vale “dictar
la clase” sobre la ética socrática, si no se forma la ética de cada sujeto
dentro y fuera del aula por medio de actividades fundamentadas en una actitud
que pretenda formar vida.
La formación del maestro, es igual que la formación del discente. Debe
pues desde sí mismo erradicar las estructuras tradicionales y re-estructurar
desde sus propia actitud una conciencia pedagógica y educativa que le permita
tener claridad de lo que debe ser la educación y la puesta en práctica de las
actividades pertinentes y consecuentes a las realidades de la escuela. El
maestro también debe lanzarse a nuevas formas de hacer escuela. No se debe caer
en la trampa de la rutina y la cotidianidad; hay que edificar hábitos que
viabilicen las cualidades y potencialicen las destrezas de cada discente. Las
realidades de las escuelas varían así como varían las habilidades de cada
discente. Por ello hasta la evaluación debe ser reformulada.
Indispensable es pues la comunicación, es ese piso en el que se sostiene
la relación e interacción entre maestro y discente. La asertividad, la
sinceridad, la verdad, el buen hablar, son elementos que inyectan la fuerza de
convicción para emprender el proceso educativo desde una actitud consciente de
aprendiz, para ejercer las actividades indicadas según el contexto y las
condiciones, potenciando así la vida. Todo ello cubierto por fines específicos
como lo son: leer, escribir y argumentar. Reagrupando sería, que la conciencia
de aprendiz, es la actitud del discente para ser en el mundo, ella se sustenta
en la concentración, la responsabilidad-respeto y el querer (amar). Así pasamos
al desarrollo del pensamiento. Sin desarrollo de pensamiento es imposible o
mejor insuficiente el probable aprender. El desarrollo del
pensamiento se potencia o llena como con una especie de combustible con, leer,
escribir y argumentar. Y subdividiendo este tridente final en lectura lineal
(interpretativa), interlineal (argumentativa) y crítica (propositiva), sin
olvidar los conceptos de inducción y deducción; al igual que la escritura
interpretativa, argumentativa y propositiva. Para terminar por argumentar y
valorar argumentos no solo de contenido curricular sino para moverse en el
desarrollo dinámico de la sociedad.
Estas son las primeras líneas de una propuesta que ya puede existir en
otros lugares con otros contextos y condiciones. Lo valiosos es poder
interpretar a partir de estos conceptos la pertinencia actual de la educación,
de la filosofía (como verbo) y de la escuela en sí misma, además de la función
o sentido del papel de los maestros. Pues toda la información se encuentra a la
mano en el celular conectado a la red. Pero qué hacer con ella, cómo leerla,
como manejarla, interpretarla, superarla para hallar el sentido no solo de la
escuela sino de la existencia misma en una sociedad (política) que determina
mucho de la realidad.
La conciencia pedagógico educativa también se fundamente en el tridente
principal de concentración, respeto-responsabilidad y querer (amar). El maestro
debe desarrollar su propio pensamiento, que se sigue fundamentando en el
tridente, lectura, escritura, argumentación. Para poder dar sentido y
posibilitar la aparición de la conciencia de aprendiz. Y si queda tiempo
aprender la ética socrática, no como tema sino como un modo de vida viable…
amor es el fundamento de toda actitud, para ejercer una actividad y
edificar una propia vida (actituvidad).
La conciencia de aprendiz es aquella disposición para estar y ser en el
contexto de la escuela, que le exige unas actitudes y actividades para el
desarrollo y formación de la vida. Decimos que esta se sostiene en la
concentración, la responsabilidad-respeto y el querer (amar). Trataremos de
esbozar en el orden de lo viable lo que se entiende y se concibe por cada una
de ellas para poder enlazarlas, entretejerlas y así posibilitar, permitir y
animar hacia el desarrollo del pensamiento en cada discente. La concentración
es la puesta en escena de la conciencia, es la atenta disposición, la completa
entrega de sus sentidos y sentimientos en miras de la experiencia educativa que
permita a la vez ser. Es poner en un foco determinado todas las energías, es
enfocar cada destreza en miras a una actividad, es tomar una actitud frente al
mundo que se le presenta para que deduzca sus propias actividades a partir de
ciertos principios comunales, edificando así sus propias experiencias
educativas. Es estar presto a las indicaciones, a los criterios de la
actividad, a los objetivos, a las exigencias y demás. Sin la concentración se
dispersa la conciencia y se debilita el desarrollo del pensamiento,
dificultando así el posible y posterior aprender. Implicando a la vez una participación
activa y propositiva. No es una concentración callada sino una concentración
que permita argumentar o cuestionar dependiendo de las circunstancias e
intereses de cada discente. Así, el maestro es el que primero debe poner en
evidencia este sustento de la conciencia, en este caso pedagógico educativa,
para que su actividad permita la posibilidad de la puesta en escena de la
conciencia de aprendiz en dialogo constante con las realidades del mundo, no
necesariamente con un contenido curricular, en algunos casos obsoleto y
empolvado. Es el maestro y su concentración la que debe hacer evidente la
utilidad de la misma, mostrar el sentido del pensar, animar a cada discente a
que su conciencia de aprendiz se base sobre la concentración y así desarrollar
el pensamiento. Se debe buscar, pues, la concentración en la lectura, en la
escritura y en la argumentación, para evitar que se imparta un saber sino más
bien propender por la edificación de saberes propios adecuados a las exigencias
de su complejo contexto. Que se haga real y efectivo el pensamiento de lo otro
y de lo propio.
Ahora bien, la responsabilidad-respeto como segunda base de la
conciencia de aprendiz, responde a si se quiere, aunque no de tono moralista,
como los valores que encierran otros tantos. Es decir, si se es responsable por
ejemplo con la puntualidad y la asistencia se evidencia en cierta medida un
respeto por la escuela. Por ello es que se decía arriba que no se puede exigir
lo que no se da, un profesor que llega a destiempo del inicio de su sesión, no
puede evaluar puntualidad. Es más pierde la autoridad para exigir respeto por
la escuela. Este segundo pilar esta englobado por todas esas habilidades
mínimas para un vivir social: hablar cortésmente, manejar las emociones, reconocer
las normas de cortesía, entre otras cosas. Lo importante de este pilar es que
es muy fácil detectar su ausencia y su presencia. La valoración por la libertad
e integridad de los otros.
Es casi que la evidencia del autoestima y de tener una cierta destreza
para moverse dinámicamente en el devenir, muchas veces caótico, de la sociedad.
Hay que recordar que estos pilares están en el maestro en una medida y
en el discente en otra medida, pero que en su sumatoria tienden a la efectiva
conciencia de aprendiz.
El querer (amar), es ese impulso, esa energía, esa ganas de poder ser,
el querer la vida, el querer vivir, dentro de cuatro paredes que configuran el
aula pero con tendencias a la ruptura de esas paredes por medio del poder de la
imaginación; del querer a la familia mientras reconoce su sitio en el mundo, un
querer inmanente con tendencia a la trascendencia, es decir, que la labor tanto
del discente como del docente se vean enmarcadas por el querer su hacer, por el
querer estar, por el querer configurar nuevas y mejores experiencias que a su
vez determinen la calidad de personas que podemos ser. Los tres pilares
mencionados no están separados sino interconectados, pues la concentración
requiere de una responsabilidad-respeto, que se dan por el querer en una concordancia
que permita desarrollar el pensamiento. Este querer es ni más ni menos que la
llama de la pasión por aquello que nos hace estar, sentir y actuar. Nada se
debe hacer si no parte del querer. Sería pues una obligación que conllevaría a
una desintegración de la relación entre el aprender y el vivir en una sociedad
determinada y determinante. Es pues el maestro y su conciencia pedagógica y
educativa el que debe querer su hacer, el quehacer pedagógico. Debe emanar del
decir y del hacer del maestro para que el discente evidencie que la escuela
debe ser una pasión que permita la transformación de los entornos y de las posibilidades
y oportunidades para ser aquello que se quiera ser. Así se piensa más eficiente
y efectiva, tanto como afectiva, frente a las exigencias particulares y desde
los intereses singulares que en su comunión viabilicen las acciones que permitan
la permanencia de mejorar y por ello la adquisición de un mundo menos difícil.
Para finalizar esta breve propuesta que puede no tener innovación, sino
que tiende mejor a verificar elementos que se han dejado por sentado y que por
ello algunos resultados no son los esperados. Es más una linterna personal para
poder mejorar en la medida de la medida de lo viable la calidad de vida en
general. Desarrollar el pensamiento pretende fortalecer los valores y los
principios que permiten a una sociedad ser mejor, por ello no se puede alcanzar
ninguna mejoría se no hay una cultura de la lectura, de la escritura, y de la
argumentación, que permita todo ello un debate asertivo para modificar acciones
que deterioran a la sociedad y edificar una sociedad que se distinga por la
calidad de sus escuelas como pilares de los avances culturales en pro de una ciudadanía
ejercida con decisión y amor. No se ahondará pue sobre los tipos de lectura o
los niveles de la misma, ni se pretende realizar una definición de escritura o
de los elementos indispensables en la argumentación. Ello ya está. Lo importante
es poner en práctica real, leer como desayunar, escribir como almorzar y
argumentar como cenar. Todo esto no con el fin de aprender mil conceptos,
escribir cientos de libros o argumentar al modo retórico. Lo verdaderamente importante
es que se lea con pasión, que se escriba para crear nuevos mundos y para argumentar
qué somos en el mundo, frente a sus exigencias y sus necesidades. Tendiendo a
solventar en alguna manera las debilidades tanto personales como sociales
(político-económicas).
Antes de filosofar, hay que saber leer, para entender las ideas; hay que
saber escribir para plasmar las ideas y por sobre todas las cosas argumentar
para defender las ideas en tanto ejemplo de la verdad.