Hacia una nueva
forma de re-pensar la evaluación escolar
Requisitos a la evaluación:
inclusión, diálogo y deliberación,
inclusión, diálogo y deliberación,
los cuales apoyan los procesos
democráticos
y evitan la marginalización de
y evitan la marginalización de
grupos poco representados en la
sociedad.
(Cabra-Torres,
Fabiola, 2014, pág. 180)
La
realidad y complejidad de la educación genera que la evaluación, intrínseca en
el fenómeno mismo de la educación, sea a la vez imbuida por esa realidad y
complejidad. No es lo mismo evaluar a un estudiante con problemas familiares, o
falta de afecto, a un estudiante con ausencia de compromiso escolar pero con
familias estables. La evaluación debe ser por ello re-pensada para poder
ejercer mejor las transformaciones, que ella misma pretende al estar sumergida
dentro de la educación como motor mismo de transformación social.
A
continuación se darán a conocer los aportes conceptuales del artículo: La evaluación auténtica de los procesos educativos, teniendo por autores a Mónica Vallejo Ruiz y Jesús Molina Saorín, publicado en la
Revista Iberoamericana de Educación. Para resaltar algunos conceptos relevantes,
más que para la solución de los problemas de la evaluación y de la educación,
sino más bien, para generar una tención y debate que permita ver los alcances y
las posibilidades de re-pensar la evaluación frente a una sociedad que requiere
igualmente ser re-pensada, sin relegar
el papel de transformación que ello implica.
Hacia una evaluación autentica: en el artículo que corresponde como base a ésta relatoría, se presenta
el problema de evaluar los aprendizajes de los estudiantes, y se propone la
evaluación auténtica como “un enfoque
alternativo” (Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág. 11), que no busca ser
otra forma más de las tantas para evaluar, sino, que busca poder ser una evaluación
que pueda valer por sí misma, en tanto que responda íntegramente a las
expectativas, procesos y logros o alcances de cada estudiante. No es que sea
una evaluación para cada uno, sino una valoración a partir de ciertos
principios o criterios determinados por un contexto escolar, para que a la vez se
puedan asignar tareas auténticas que
fortalezcan el proceso de aprendizaje y evaluación.
El contexto que se vive, está enmarcado en
una complejidad porque “el ámbito educativo
es un campo en continuo cambio y con incesantes reformas” (Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág. 12),
por ello a la vez se requiere re-pensar la evaluación para “incorporar sistemas y prácticas de evaluación alternativas”
(Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág. 12). No se puede seguir evaluando con
sistemas que ya están fuera de contexto escolar local y global, es necesario
Plantea(r)
la necesidad de una evaluación más acorde con las nuevas concepciones del
proceso de enseñanza y aprendizaje; es decir, una que sea capaz de otorgar más
importancia al trabajo autónomo del alumno a tenor de la incorporación de
metodologías activas. En definitiva, se apuesta por un modelo de enseñanza y
aprendizaje basado en competencias. (Vallejo, R. & Molina,
J. 2014, pág. 12)
Ello es indispensable a la hora de re-pensar a la vez la
pedagogía misma ya que “se debe cambiar la evaluación para cambiar la Pedagogía”
(Perrenoud, citado por Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág. 12), pensar cómo
podremos evaluar competencias, entendidas estás como las potencialidades de
cada estudiantes, que responde a unas condiciones o situaciones familiares y
personales que le determina a su vez una forma de ver y ser en el mundo. Se
debe potenciar la potencia de cada estudiante, sin perder de vista el contexto
al que pertenece, que de una u otra manera debe ayudar a transformar.
La evaluación auténtica, si no las interrelacionamos con las
competencias para la vida, desde una determinada concepción de la enseñanza y
el aprendizaje, no tienen sentido (Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág. 13).
No se debe evaluar por evaluar y cumplir con requisitos de políticas educativas
y estándares internacionales, si no se actúa sobre la necesidad y potencialidad
de cada estudiante, frente a su rol como sujeto con valores democráticos, no se
está educando.
Se propone desde los autores un reto: “el reto actual es que estén
capacitados para participar de manera activa y responsable en la esfera ética,
social y profesional. Tales retos plantean, a su vez, nuevas concepciones,
enfoques e instrumentos de evaluación” (Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág.
13) y por ende en el desarrollo de una formación ciudadana; por ello es que
Se identifican la rendición de cuentas y la gestión de calidad como
los discursos predominantes en las últimas décadas, y se observa cómo, en menor
medida, en la práctica se promueve una comprensión de la evaluación como
actividad valorativa comprometida con el fortalecimiento del ejercicio de la
formación en valores democráticos. (Cabra-Torres, 2014, pág. 177)
Así, la evaluación se utiliza de dos maneras, “puede utilizarse
para organizar de una manera más racional y eficaz las actividades de enseñanza
y aprendizaje, tratando de mejorarlas” (Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág.
14) que sería la típica evaluación de escuela que busca demostrar unos ciertos
resultados frente a unas exigencias externas y fuera de contexto; “o para
acreditar ante la sociedad que los aprendizajes realizados por los alumnos los
capacitan para el desempeño de determinadas actividades y tareas, más allá del
contexto escolar” (Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág. 14), este segundo
modo es el que se debe tomar como punto de partida para re-pensar la evaluación
como una evaluación auténtica de los
aprendizajes escolares para una vida ciudadana.
Re-pensar la evaluación es re-pensar la educación y sus procesos
de enseñanza-aprendizaje para que se vea que
La evaluación auténtica sería la reacción ante una tradición pedagógica
muy extendida en la que el alumno se limita a escuchar, repetir, copiar y
memorizar; una tradición en la que la evaluación es, ante todo, sumativa, y
responde a criterios de uniformización que persiguen clasificar a los alumnos
en función de los resultados obtenidos y mediante exámenes basados en la
repetición de contenidos trasmitidos durante las clases. (Bélair, citado por Vallejo,
R. & Molina, J. 2014, pág. 14)
Aquí, hay que superar los estereotipos enclaustrados en sistemas
y teorías evaluativas que no están determinadas por la realidad de cada actor
en el proceso de aprender y evaluar; sería, más bien, valorar de manera
auténtica el proceso formativo y el desarrollo de potencialidades o
competencias éticas y ciudadanas, “la competencia supone la adquisición de conocimientos,
habilidades y actitudes” (Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág. 16), y ello
debe implicar precisamente que “la evaluación realmente será auténtica en la
medida que conecte la experiencia educativa con asuntos relevantes de la vida”
(Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág. 15), además que dicha “valoración de
la competencia debe realizarse a partir de la actividad que (se) realiza” (Vallejo,
R. & Molina, J. 2014, pág. 16), no se puede evaluar una competencia si no
es en la práctica y en la acción enmarcadas por una actitud frente a la
sociedad.
Ahora, podemos ver que hay que “enfatizar que los contenidos son
algo que debe capacitar a los estudiantes para entender y poder actuar en el
mundo que les rodea” (Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág. 17), puesto que,
para desarrollar y fortalecer competencias se debe tener un mínimo de
requisitos básicos para poder ejercer autónomamente el proceso de aprendizaje,
ejercer la práctica de sus competencias o potencialidades dentro de sus
alcances y límites.
En el artículo se presentan una serie de principios y ventajas
que tiene la evaluación auténtica,
tales como: “explorar los aprendizajes que requieren habilidades cognitivas y
acciones complejas, no el simple recuerdo de información o la ejercitación
rutinaria” (Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág. 18), así, la evaluación no
debe ser un ejercicio de recordar sino de interrelacionar. Segundo: “seleccionar
o desarrollar tareas auténticas que representen tanto el contenido como las
habilidades centrales –en términos de los aprendizajes más importantes– y, de
esta manera, conjugar la enseñanza con la evaluación” (Vallejo, R. &
Molina, J. 2014, pág. 18), la tarea auténtica va de la mano con la evaluación auténtica
es un refuerzo al desarrollo y fortalecimiento de las competencias o
potencialidades. Tercero: “proporcionar a los alumnos los apoyos necesarios
para que comprendan y realicen la actividad, así como para entender las expectativas
existentes en función del nivel de logro esperado” (Vallejo, R. & Molina,
J. 2014, pág. 18), esto es, dar a conocer cada uno de los criterios y
componente a evaluar, no se puede evaluar lo que no se sabe que se va a
evaluar, además de corresponder a un mínimo de ético profesional, es decir, el
evaluar según lo aprendido. Cuarto: “comunicar con claridad las expectativas de
ejecución en términos de criterios consensuados con el grupo, mediante los
cuales se juzgará dicha ejecución, al tiempo que se deben generar las condiciones
y mecanismos necesarios que permitan registrar el avance de los alumnos” (Vallejo,
R. & Molina, J. 2014, pág. 18), reitera lo anteriormente dicho. Ultimo: “incluir
espacios de reflexión en torno a los aprendizajes logrados, a la enseñanza que
los posibilitó y a los mecanismos de evaluación que se emplearon, recuperando posteriormente
dichas reflexiones como elementos de realimentación y propuestas para la mejora”
(Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág. 18), si no se toma los resultados o
los productos de la evaluación para reflexionar y transformar en la medida de
lo posible, la evaluación no existe.
Ahora bien, las ventajas son: primero que,
Permite confrontar el aprendizaje –usando criterios del mundo real–
con cuestiones como el manejo y solución de problemas intelectuales y sociales,
los roles desempeñados, las actitudes y valores mostrados, las formas de
interacción y cooperación entre participantes, así como las habilidades
profesionales o académicas adquiridas o perfeccionadas. (Vallejo, R. &
Molina, J. 2014, pág. 19)
Se trata pues de ser una evaluación holística que permita la
integralidad del ser, en la medida en que aprende a ser en una sociedad
determinada con una necesidad de desarrollar y practicar ciertos valores
democráticos.
Segundo: “permite mostrar y compartir modelos de trabajos de
excelencia que ejemplifican los estándares deseados” (Vallejo, R. & Molina,
J. 2014, pág. 19), no se debe evadir el estándar, sino, buscar los modos
alternativos según los contextos escolares para fomentar el trabajo y la
excelencia. Tercero: “conduce a dar transparencia y aplicar consistentemente
los criterios desarrollados por el docente, obteniendo consenso con los
alumnos, con otros docentes e incluso con los padres u otros participantes en
la experiencia educativa” (Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág. 19), esto
quiere decir que, toda la comunidad educativa debe hacer parte del proceso de
aprendizaje y por ello del proceso de evaluación. Cuarto: “amplía las
oportunidades en el currículo y la posibilidad de supervisar, autoevaluar y perfeccionar
el propio trabajo” (Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág. 19), la evaluación
autentica no es unilateral sino multidireccional, atendiendo a la complejidad y
necesidades del contexto y la sociedad. Quinto: “ofrece, como evaluación en sentido
amplio por no reducirse a la aplicación y calificación de una prueba: —
Oportunidades variadas y múltiples de exponer y documentar lo aprendido. —
Posibilidades de buscar opciones para mejorar el desempeño mostrado por alumnos
y docentes” (Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág.
19) evaluar no es aplicar una prueba, no responder un cuestionario, es observar
reflexivamente cómo pienso, siento y hago en el mundo que me corresponde.
Sexto: “desarrolla en los alumnos la autorregulación del aprendizaje, les
permite reflexionar sobre sus fortalezas y deficiencias, así como fijar metas y
áreas en las que tienen que recurrir a diversos apoyos” (Vallejo, R. &
Molina, J. 2014, pág. 19), la evaluación sin autoevaluación es incompleta, el
estudiante debe a partir de sus competencias, logros y deficiencias, tomar los
correctivos necesario de auto-mejoramiento y auto-superación. Sexto: “proporciona una realimentación genuina,
tanto a los alumnos sobre sus logros de aprendizaje como a los profesores
respecto de su enseñanza y de las situaciones didácticas que plantean” (Vallejo,
R. & Molina, J. 2014, pág. 19), ello con el fin de proponer formas de
mejoramiento y transformación respecto de las necesidades y exigencias del
contexto social. Ultimo: “faculta a los alumnos a actuar y a autoevaluarse de
la manera en que tendrán que hacerlo en contextos de la vida real” (Vallejo, R.
& Molina, J. 2014, pág. 19), si la evaluación está desligada de la vida
real, no se está evaluando sino aplicando una técnica de pregunta y respuesta
para dar una calificaciones, que dicen nada del estudiante ni de sus valores
para la formación ética y ciudadana.
El artículo termina definiendo unos conceptos en relación a las
áreas reales frente a las tareas auténticas. Tales conceptos son los de:
realismo, relevancia, proximidad ecológica e identidad. El primero corresponde
a “haber identificado aquellos problemas profesionales que el alumno deberá ser
capaz de resolver en el futuro” (Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág. 20).
El segundo en relación a las “competencias que tratan de enseñarse y evaluarse,
siempre en relación con los contextos profesionales o de la vida cotidiana” (Vallejo,
R. & Molina, J. 2014, pág. 20). El tercero se refiere a que “la tarea no se
aleje de los planteamientos que habitualmente tienen los docentes de ese centro
cuando enseñan o evalúan” (Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág. 21) y por
último que “se utiliza en relación al grado de socialización profesional que
favorece la práctica” (Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág. 21). Es decir
que la evaluación debe responder no sólo a los criterios en sí mismos de la
evaluación o la competencia a poner en juego, sino que debe responder a
factores que no están explicitados en la evaluación como tal, a su futuro.
Concluyen por decir que es necesario asegurar la equidad en la
evaluación y entender que las llamadas evaluaciones alternativas o auténticas
son instrumentos que operan mediante estándares referidos al criterio y no
pruebas referentes a la norma” (Vallejo, R. & Molina, J. 2014, pág. 20).
Entonces, la evaluación alternativa o autentica no pretende suprimir las
evaluaciones o pruebas de la norma, o sea las pruebas estatales y hasta
internacionales, sino evaluar aquello que se deja de evaluar por responder a
sistematizaciones escolares y rutinas tradicionales, busca complementar.
Para qué
evaluar desde una evaluación auténtica: la
propuesta anterior, hace énfasis en la evaluación o valoración de las competencias.
Muestra dos caminos de la evaluación como tal y el camino que debería toma la
evaluación auténtica, entendida ella como, la posibilidad de ver desde otra
perspectiva las competencias-acciones, y las consecuencias en cada uno de los
estudiantes dentro de su proceso formativo. No se pude negar la evaluación
dentro de una proceso de aprendizaje, ya que, de una u otra manera se observa
un cambio en el transcurrir del proceso formativo, visibilizando cambios o
mejorías que permitan consolidar un avance, tanto en la construcción del saber,
como en la práctica de valores, “el propósito de la evaluación […] implica
asumir valores de responsabilidad cívica esenciales para formar ciudadanos que
se reconozcan” (Cabal-Torres, 2014, pág. 182) como ciudadanos, por ello esta
propuesta responde no sólo a evaluar lo que no se evaluaba sino a promover por
medio de dicha evaluación auténtica formas para un mejor vivir.
La escuela actual, en sus constantes transformaciones tanto
directas, como las dadas por las políticas educativas; o indirectamente frente
a los conflictos socioeconómicos del contexto cercano de la escuela, debe
responder a las exigencias de cada estudiante que se determina a su vez a un
micro-contexto particular. Es necesario que la escuela prepare para el futuro,
para su formación profesional, para su ser ciudadano. Por ello más que simplemente
evaluar para mejorar las pruebas Saber no responde a ninguna necesidad de vida
en el estudiante. Al evaluar de manera autentica se debe ser consciente que es
una alternativa mas no un sustituto. Se debe preparar al estudiante para que
desarrolle pruebas de lectura crítica, claro que sí, pero también se le debe
evaluar cómo al desarrollar habilidades de lectura crítica, puede fortalecer
valores y principios que le permitan ejercer unas mejores acciones que se
armonicen con las transformaciones necesarias de su contexto.
La simple observación, al modo del evaluador, puede ver, si un
estudiante ha cambiado para mejorar o para empeorar. Si las condiciones que
tiene el aprendizaje de cada uno corresponden a las competencias que puede
desarrollar y por tanto fortalecer en el ejercicio del aprendizaje.
La evaluación sólo adquiere sentido en la medida en que permite
evidenciar falencias y fortalezas, además de permitir las transformaciones
pertinentes y relevantes para la escuela y su contexto. La evaluación debe ser
un modo más de aprender. Debe generar reflexión y auto-determinación. Una
evaluación sin objetivos claros es una brújula dañada. La evaluación sin retroalimentación
es una buena cena servida pero sin comensal. La evaluación no debe ser un
castigo ni para el maestro ni para el estudiante, debe ser considerada como la
verificación de las competencias puestas en práctica.
No solo se comercializa y/o produce conocimiento en el proceso
de la educación sino que también en la medida de lo viable promueve la
formación de seres humanos éticos y políticos (Cabal-Torres, 2014, pág. 188),
por ello esta propuesta de la evaluación auténtica, que se caracteriza por la
evaluación de saber-hacer por medio de las competencias, puede llegar a ser
generadora de valores y ciudadanía. Puesto que con esta alternativa no se busca
netamente la repetición del concepto de clase, sino el sentido y la práctica
que se da en la vida misma. La evaluación autentica, debe promover experiencias
educativas que a su vez permitan vivir en el mundo de una manera electiva y
responsable.
Conclusión: existe la evaluación para cumplir con un requisito
institucional. Existen evaluaciones de áreas básicas, de competencias
ciudadanas –pero escritas- que sólo son resultado de una planificación
direccional y administrativa. Pero también existe la evaluación alternativa o
autentica que permite una evaluación –no sólo escrita- sino que, a la vez busca
ser un hacer en contexto a partir de unos previos saberes, saber-hacer en
proporción a las exigencias sociopolíticas y económicas, sin olvidar las
particularidades necesidades en los micro-contextos por ello
la
rendición de cuentas y el aprendizaje crean una tensión entre sí: por una
parte, la rendición de cuentas exige procesos de control que exponen las
deficiencias o debilidades, y por otro, el enfoque de aprendizaje necesita de
un ambiente seguro en el cual se pueda disentir sin experimentar temor a la
sanción o expresar sus necesidades. (Cabal-Torres, 2014, pág. 191)
Los
maestros somos los primeros que le debemos perder el miedo a la evaluación y
permitir que los estudiantes mismos re-piensen su propio proceso de aprendizaje
y de evaluación de sus competencias y potencialidades a la luz de su sueño
profesional y de su realidad. Construir colectivamente con la comunidad
educativa los criterios o parámetros que permitan ver claramente las competencias,
alcances y límites de cada estudiante, para propender a la mejora y la
transformación del proceso de
aprendizaje- enseñanza, a la vez que se coadyuva a la armonización
escolar y cultural. Que lo que se aprenda y evalúa en la escuela sirva para
vivir mejor.
Se
diseña al profesor en formación más como un técnico que como un
profesor
capaz de tener juicio crítico y reflexivo. El enseñar se convierte
simplemente
en un empleo, en un conjunto de competencias que se deben
adquirir
y donde prima la eficiencia sobre la ética.
(Ball, citado por Cabal-torres, pág.
192)
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