LA BATALLA DE LA
EDUCACIÓN VS LOS SENTIMIENTOS HUMANOS
El punto es cómo
afrontar la finitud como individuo
En éste comentario se tratará
de hallar el papel de la educación frente a la realidad de los seres humanos,
frente a su naturaleza de siempre, contra la necesidad de encaminar, los
sentimientos humanos. El tercer capítulo llamado Educar ciudadanos: los
sentimientos morales (y antimorales) del texto Sin Animo de lucro de Martha Nussbaum,
encontramos una explicación muy clara del porqué de los sentimiento del ser
humano, que por naturaleza misma, se enmarcan en buenos y malos, o socialmente
hablando en morales y antimorales.
Cabría preguntarse igual si
se pude hablar de sentimiento no-morales y diferenciarlos de los antimorales o
simplemente de buenos y malos. O simplemente de sentimientos humanos. Que
usados de ciertas maneras llevan a determinadas acciones y en algunos casos
reacciones.
La educación sirve para ganar
la lucha interna, contra ese “choque interno”,
para llegar ora al mantenimiento de las jerarquías ya establecidas, ora
al mantenimiento de su contra que es la democracia como respeto y protección de
la ley. En últimas debe prevalecer la democracia por encima de las jerarquías
siempre y cuando la educación realice correctamente su tarea y no sea un
instrumento más de la jerarquización de los seres humanos. Así la educación no
puede evitar que el ser humano sienta sentimientos tales como el miedo, la
codicia y el narcisismo, pero tampoco los de comprensión y respeto. Sólo queda
por potenciar la comprensión y el respeto como escudo y espada para afrontar y
enfrentar las condiciones establecidas por el mundo, en este caso moderno, pos
moderno, ¿pos humano?
En la civilización se da un
choque entre dos clases de ser seres humanos que se han dado desde el origen
del mismo ser humano. Siempre ha estado el dominante y el dominado. En algunos
casos para bien tanto del dominador como del dominado, en otros a favor del
dominador nada más. Pero el punto es que la división es innegable, de pronto
esa división genere en últimas las fuerzas internas de la democracia, pues sin
la injusticia ¿para qué la justicia?
Este choque de civilizaciones
también se da en un tamaño individual el “choque interno” por la libertad y la
igualdad, el choque entre la infancia y las normas sociales que terminaran
produciendo un individuo inhibido o desarrollado, por ello inferior o superior.
Y ni por más que se recurra a un ideal de civilización se podrá eliminar lo que
se llama jerarquía, pues ni Platón en su Ciudad-Estado Ideal concebía una
sociedad sin “clases” pero no por ello injusta. Es decir que los superiores
deben tener la sabiduría del Bien absoluto para minimizar al máximo la
injusticia y así prevalezca la justicia, enmarcada en la comprensión y el
respeto, en la reciprocidad y en la gratitud.
El infante vive una
alternancia entre dicha y angustia, el “choque interno” por ser un competente
indefenso que va adquiriendo consciencia de su impotencia. Su deseo de plenitud
contrapuesto a su finitud, al mundo de jerarquías que le exige ser auto
suficiente; le genera sentir, primero, vergüenza de sí, y por tanto ser un
peligro moral, por buscar la satisfacción de su plenitud. Segundo siente
repugnancia de sí, una mezcla entre vergüenza y repugnancia, con una cognición
más madura sobre lo impuro, por la angustia de ser desecho, por ser animal y
mortal. En tercer lugar siente narcisismo de sí mismo, que se mezcla con la repugnancia
y así la impureza se traslada se
proyecta, surge el sentimiento del racismo, la inferioridad de la condición
humana se pasa a un individuo o grupo de individuos que bajo la misma condición
se estigmatizan como sucios y repugnantes. Como consecuencia tenemos los
superiores y los inferiores, los primeros son invulnerables que reinan sobre
los demás, casi ángeles, puros. Los segundos son el grupo subordinado, con
menos poder social, contaminados, impuros, oscuros, lo “otro”, el medio no el
fin, objetos, cosas.
El problema recae al fin en
cómo se afronta la finitud. ¿Y la escuela? Es la encargada de transformar los
seres humanos en seres humanos sociales, en humanidad, en seres humanizados. La
escuela es la fuerza interna del individuo y de la sociedad. La escuela debe
encaminar los sentimientos hacia la comprensión e interés por las necesidades
de los demás, combatir los estereotipos, enseñar empatía y reciprocidad. La
escuela es el recurso, es la otra cara del “choque interno” que permite ver al
otro como fin y no como medio, que aprenda a amar, a tener gratitud, que pueda
ser capaz de ver el mundo con la visión de las demás personas, que tenga
imaginación para ayudar; que a su vez sienta culpa por las agresiones que pueda
cometer sobre otras personas, pues esta culpa es el interés genuino por el
bienestar del otro y de paso controlar la propia agresividad. Claro está que no
solo basta con esto, para combatir la esclavitud y la subordinación, para
superar la influencia de los pares y la presión de la autoridad por conseguir
el supuesto ideal de hombre bueno, de hombre de verdad, del hombre ideal que
olvida el mundo que no puede controlar en ultimas; que olvida que la
interdependencia y la ayuda mutua, que es lo que permite por lo menos
equilibrar la batalla. Para no perder la esperanza, que es a su vez la
trascendencia del individuo, la superación de su finitud, dejar mejor el mundo
de como se lo dejaron. La educación para la democracia debe combatir entonces
desde la comprensión y la responsabilidad contra el narcisismo, la indefensión,
la impotencia, la vergüenza y la repugnancia, desde la humanización del ser
humano concibiendo a los demás como individuos con voluntad de manifestar su opinión crítica.
Todo esto está enmarcado por
una situación en la que se encuentra el individuo. Si la situación del
individuo es una estigmatización de imperfecto más imperfectos serán sus actos,
pues sabe que no se espera nada más de él, cae bajo las estructuras perniciosas
que nombra Nussbaum, la primera es que uno se comporta mal cuando la
responsabilidad no recae sobre mí, que uno se porta mal cuando nadie manifiesta
su disensión, y que uno se porta mal cuando a los que domino están
deshumanizados sin individualidad, objetualizados. Para ello y contra ello la escuela debe de
forma activa presentar y potenciar un aprendizaje de uso práctico. La batalla
de la educación, el papel de la escuela, está simplemente encaminado a mantener
la dignidad humana. A no suprimir los sentimientos humanos sino en la distinta
gama de elecciones, elija ser sí mismo responsable de sí y del mundo para que
la justicia, la democracia y la paz sean el fruto de la consciencia por el otro,
de la prioridad por los demás para que
en esa medida yo sea prioridad de los demás. No al modo de dependencia sino de
mutua ayuda. No al modo del sometimiento sino del mantenimiento de la igualdad,
de la equidad y de la proyección de la prosperidad para todos. El docente debe
siempre soñar las realidades posibles para transformar las realidades
presentes. Pero así ¿cómo se garantiza la victoria si las estructuras
jerárquicas o (superestructuras) estigmatizan la misma labor docente? O ¿el docente
se estigmatiza a sí mismo por ser quien
dilucide las estructuras en últimas de poder por verse fuera de ellas? ¿se
podrá alguna vez hablar de una sociedad sin jerarquías?
QUINCHE
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