viernes, 11 de noviembre de 2016

LA BATALLA DE LA EDUCACIÓN VS LOS SENTIMIENTOS HUMANOS

LA BATALLA DE LA EDUCACIÓN VS LOS SENTIMIENTOS HUMANOS

El punto es cómo afrontar la finitud como individuo

En éste comentario se tratará de hallar el papel de la educación frente a la realidad de los seres humanos, frente a su naturaleza de siempre, contra la necesidad de encaminar, los sentimientos humanos. El tercer capítulo llamado Educar ciudadanos: los sentimientos morales (y antimorales) del texto Sin Animo de lucro de Martha Nussbaum, encontramos una explicación muy clara del porqué de los sentimiento del ser humano, que por naturaleza misma, se enmarcan en buenos y malos, o socialmente hablando en morales y antimorales.

Cabría preguntarse igual si se pude hablar de sentimiento no-morales y diferenciarlos de los antimorales o simplemente de buenos y malos. O simplemente de sentimientos humanos. Que usados de ciertas maneras llevan a determinadas acciones y en algunos casos reacciones.

La educación sirve para ganar la lucha interna, contra ese “choque interno”,  para llegar ora al mantenimiento de las jerarquías ya establecidas, ora al mantenimiento de su contra que es la democracia como respeto y protección de la ley. En últimas debe prevalecer la democracia por encima de las jerarquías siempre y cuando la educación realice correctamente su tarea y no sea un instrumento más de la jerarquización de los seres humanos. Así la educación no puede evitar que el ser humano sienta sentimientos tales como el miedo, la codicia y el narcisismo, pero tampoco los de comprensión y respeto. Sólo queda por potenciar la comprensión y el respeto como escudo y espada para afrontar y enfrentar las condiciones establecidas por el mundo, en este caso moderno, pos moderno, ¿pos humano?

En la civilización se da un choque entre dos clases de ser seres humanos que se han dado desde el origen del mismo ser humano. Siempre ha estado el dominante y el dominado. En algunos casos para bien tanto del dominador como del dominado, en otros a favor del dominador nada más. Pero el punto es que la división es innegable, de pronto esa división genere en últimas las fuerzas internas de la democracia, pues sin la injusticia ¿para qué la justicia?

Este choque de civilizaciones también se da en un tamaño individual el “choque interno” por la libertad y la igualdad, el choque entre la infancia y las normas sociales que terminaran produciendo un individuo inhibido o desarrollado, por ello inferior o superior. Y ni por más que se recurra a un ideal de civilización se podrá eliminar lo que se llama jerarquía, pues ni Platón en su Ciudad-Estado Ideal concebía una sociedad sin “clases” pero no por ello injusta. Es decir que los superiores deben tener la sabiduría del Bien absoluto para minimizar al máximo la injusticia y así prevalezca la justicia, enmarcada en la comprensión y el respeto, en la reciprocidad y en la gratitud.

El infante vive una alternancia entre dicha y angustia, el “choque interno” por ser un competente indefenso que va adquiriendo consciencia de su impotencia. Su deseo de plenitud contrapuesto a su finitud, al mundo de jerarquías que le exige ser auto suficiente; le genera sentir, primero, vergüenza de sí, y por tanto ser un peligro moral, por buscar la satisfacción de su plenitud. Segundo siente repugnancia de sí, una mezcla entre vergüenza y repugnancia, con una cognición más madura sobre lo impuro, por la angustia de ser desecho, por ser animal y mortal. En tercer lugar siente narcisismo de sí mismo, que se mezcla con la repugnancia y así la impureza se traslada  se proyecta, surge el sentimiento del racismo, la inferioridad de la condición humana se pasa a un individuo o grupo de individuos que bajo la misma condición se estigmatizan como sucios y repugnantes. Como consecuencia tenemos los superiores y los inferiores, los primeros son invulnerables que reinan sobre los demás, casi ángeles, puros. Los segundos son el grupo subordinado, con menos poder social, contaminados, impuros, oscuros, lo “otro”, el medio no el fin, objetos, cosas.

El problema recae al fin en cómo se afronta la finitud. ¿Y la escuela? Es la encargada de transformar los seres humanos en seres humanos sociales, en humanidad, en seres humanizados. La escuela es la fuerza interna del individuo y de la sociedad. La escuela debe encaminar los sentimientos hacia la comprensión e interés por las necesidades de los demás, combatir los estereotipos, enseñar empatía y reciprocidad. La escuela es el recurso, es la otra cara del “choque interno” que permite ver al otro como fin y no como medio, que aprenda a amar, a tener gratitud, que pueda ser capaz de ver el mundo con la visión de las demás personas, que tenga imaginación para ayudar; que a su vez sienta culpa por las agresiones que pueda cometer sobre otras personas, pues esta culpa es el interés genuino por el bienestar del otro y de paso controlar la propia agresividad. Claro está que no solo basta con esto, para combatir la esclavitud y la subordinación, para superar la influencia de los pares y la presión de la autoridad por conseguir el supuesto ideal de hombre bueno, de hombre de verdad, del hombre ideal que olvida el mundo que no puede controlar en ultimas; que olvida que la interdependencia y la ayuda mutua, que es lo que permite por lo menos equilibrar la batalla. Para no perder la esperanza, que es a su vez la trascendencia del individuo, la superación de su finitud, dejar mejor el mundo de como se lo dejaron. La educación para la democracia debe combatir entonces desde la comprensión y la responsabilidad contra el narcisismo, la indefensión, la impotencia, la vergüenza y la repugnancia, desde la humanización del ser humano concibiendo a los demás como individuos con  voluntad de manifestar su opinión crítica.


Todo esto está enmarcado por una situación en la que se encuentra el individuo. Si la situación del individuo es una estigmatización de imperfecto más imperfectos serán sus actos, pues sabe que no se espera nada más de él, cae bajo las estructuras perniciosas que nombra Nussbaum, la primera es que uno se comporta mal cuando la responsabilidad no recae sobre mí, que uno se porta mal cuando nadie manifiesta su disensión, y que uno se porta mal cuando a los que domino están deshumanizados sin individualidad, objetualizados.  Para ello y contra ello la escuela debe de forma activa presentar y potenciar un aprendizaje de uso práctico. La batalla de la educación, el papel de la escuela, está simplemente encaminado a mantener la dignidad humana. A no suprimir los sentimientos humanos sino en la distinta gama de elecciones, elija ser sí mismo responsable de sí y del mundo para que la justicia, la democracia y la paz sean el fruto de la consciencia por el otro, de la prioridad por los demás  para que en esa medida yo sea prioridad de los demás. No al modo de dependencia sino de mutua ayuda. No al modo del sometimiento sino del mantenimiento de la igualdad, de la equidad y de la proyección de la prosperidad para todos. El docente debe siempre soñar las realidades posibles para transformar las realidades presentes. Pero así ¿cómo se garantiza la victoria si las estructuras jerárquicas o (superestructuras) estigmatizan la misma labor docente? O ¿el docente se estigmatiza  a sí mismo por ser quien dilucide las estructuras en últimas de poder por verse fuera de ellas? ¿se podrá alguna vez hablar de una sociedad sin jerarquías?

QUINCHE 

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