LA
PREEMINENCIA DE LA HUMANIDAD
Kant
y la reivindicación de la humanidad en el ser humano
Suponiendo que
haya una voluntad libre,
descúbrase la ley
que sea capaz
de determinarla necesariamente.
(Kant, Critica de
la Razón Práctica. P. 94)
La humanidad tiende a lograr el sumo bien (KANT, I. 2000. P, 272) que es
no individual, ni siquiera colectivo sino Universal, Absoluto y Necesario.
“El
concepto de lo sumo entraña una
ambigüedad que, si no se tiene en cuenta, puede dar pie a disputas
innecesarias. <<Sumo>>
puede significar lo supremo (supremum)
o también lo consumado (consumatum).
Lo primero supone aquella condición que es ella misma incondicionada, esto es,
que no se haya sometida a ninguna otra condición (originarium); lo segundo supone aquel conjunto que no forma parte
de un conjunto mayor del mismo tipo (perfectissimum). […] En tanto que virtud y
felicidad conjuntamente constituyen la tenencia del sumo bien en una persona, y
por cuanto un reparto de felicidad en justa proporción con la moralidad (como
valor de la persona y su merecimiento a ser feliz) constituye el sumo bien de un mundo posible, significa
esto el \ completo y consumado bien donde la virtud supone el bien supremo en
cuanto condición que no tiene ninguna por encima de ella y la felicidad resulta
siempre grata para quien la posee, mas no es absolutamente buena por sí sola
bajo cualquier respecto, sino suponiendo en todo momento como condición
comportamiento moral conforme a la ley.” (KANT. 2000, P. 220-221)
Esta
larga introducción es para poner en juego los conceptos principales con los que
tratará este escrito, para hacer un breve recuento de las pretensiones de Kant frente
al ámbito de la moralidad, tratando de ir más allá con el aporte de la maestra
Carrillo. Finalizando por hacer una crítica en la medida de lo posible a los
conceptos mismos de este trabajo, más que a la propuesta de Kant, pues su
pensamiento, su coherencia, y su capacidad lógica e intelectual, no permiten
del todo, -pues al presentar una filosofía, al fin y al cabo, tan pura, que
evidencia a la razón pura misma, de la que tanto hizo para fundamentar-, una
verdadera crítica.
“La
noción de derecho a tener derechos
apela al derecho de cada uno a tener un lugar donde habitar y un status
político que le permita hacer su vida y expresar sus opiniones. El derecho a tener derechos es el derecho a
ser reconocido por los demás como persona a quien corresponden derechos en
general y, por tanto, es reclamo dirigido a la humanidad que exige ser
reconocido por otros como perteneciente a la humanidad.” (CARRILLO, L. 2010, P.
107)
Aquí, relacionaremos que el derecho a tener derechos se
convertirá pues en otro de los conceptos fundamentales para este trabajo. La
dignidad de la que habla Kant en este trabajo se tratará como la preeminencia
de la Humanidad, la dignidad es lo que debe primar en el ser humano como
representante inmediato de la Humidad. Kant reivindica la Humanidad, rescata su
dignidad y pone de manifiesto que la virtud, en justa proporción con la moral
–con el imperativo categórico- lo que traerá felicidad, pues “son pensadas como
necesariamente unidas” (KANT, 2000, p. 224 [A 204]). La preeminencia (dignidad)
de la Humanidad es entendida en este escrito, pues, como, el derecho a tener
derechos.
Podríamos empezar a aproximarnos a la tesis del presente
escrito que tendería más o menos hacia lo siguiente: la moral es el puente
entre la virtud y la felicidad. Si mi virtud no es contradictoria con la máxima
kantiana, a saber: “El imperativo categórico es, pues, único, y es como sigue:
obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley
universal.” (KANT, I. 2007, P. 35), ello me permitirá ser digo de la felicidad.
No estamos defendiendo una tesis eudemonista de Kant sino que sólo estamos haciendo la salvedad de que en Kant no se
olvida la felicidad, pero que el centro fundamental, elementa y necesario es lo
moral, entendido esto como, el ámbito racional y puro del ser humano, en el que
se detecta la idea a priori que debe
comandar en la razón práctica, es decir, a la voluntad misma. Sabemos que la clasificación
de la moral kantiana es formalista, universalista y deontológica. Eso quiere
decir que, no necesita de un contenido, pues, es pura; que es válida y
necesaria en absoluto para toda la Humanidad en cualquier tiempo y espacio; y,
deontológica porque representa el deber en sí mismo como sinónimo de
libertad.
Todo lo anterior es cosmopolita, puesto que, la libertad
no es para unos cuantos, la virtud no es ejercida por unos cuantos, la
felicidad no es buscada por unos cuantos y la moral no es para unos cuantos
(por lo menos es una suposición). La razón pura, debe ser vista como eso, como
pura y por tanto abstracta. La voluntad en tanto comandada por la razón es el
reflejo de la razón y evidencia de la acción moral. La razón sólo busca su
realización en la razón práctica. Pero es en la acción misma donde nunca
podremos saber en verdad y con certeza cuál fue el impulso de la acción, si el
deber o el conforme al deber o la pasión o el amor o la hipocresía. Lo que sí
vemos en la realidad es una contradicción constante entre lo que debe ser y lo
que es. Las acciones humanas no están comandadas por la razón. La razón se ha
quedado muda. Sus mensajes ya no son entendidos por la voluntad, por la razón
práctica (por lo menos es lo visible en la realidad, basta con leer un titular
de prensa).
Se considera en este trabajo que la relación entre Kant y
Carrillo debe estribar en que la dignidad de la Humanidad es el derecho a los
derechos, que la preeminencia de la Humanidad es su derecho a los derechos.
Pues se considera, que, al momento de saberse humano (papel fundamental de la
educación –ya lo dijo Kant que es la que hace a las seres, seres humanos- y la
escuela) con derecho a los derechos, actuará conforme a los derechos de sí y de
los demás, pues su derecho a los derechos es lo que define el conjunto de la
Humanidad. Ese derecho a los derechos es el que me determinará a usar –no de
modo instrumentalista sino constitutivo del ser- efectiva y eficazmente la
razón para actuar por medio de la razón práctica o mi voluntad, en este caso,
buena; para llevar a cabo la acción justa y necesaria además de universal, lo
que traerá, supongamos, necesariamente
felicidad.
En la película de Groundhog
Day (atrapado en el tiempo o día de la marmota) la vida daba la
oportunidad, al protagonista, de reformular su hacer, de volver a garantizar el derecho a los
derechos, de sí, pero, reflejado en los demás. Y a la vez el derecho a los
derechos de los demás. Al principio, cada acción estaba comandada por todo,
menos por la razón. No existía ningún imperativo categórico al modo kantiano.
Solo el imperativo del sí mismo. Como si se olvidara del mundo, de la
Humanidad. Por tanto, y a la vez, sin creer en sí mismo como representante de
la Humanidad. El tratar a los seres humanos como cosas, como medios, como
instrumentos, es una de las críticas fundamentales, que se hace desde la
filosofía moral kantiana. El disponer de una manera mecánica y superflua de la
Humanidad, sin reconocer su dignidad, su preeminencia, su Humanidad.
Lástima
que esta ética sea tan difícil de consolidar, no quiere decir que, no se puede
ejercer o no se ejerza. Sólo que hablar de “deber” ya pesa en la conciencia de
la libertad. Si esa palabra deber fuera más bien por derecho, por derecho a la
razón, por derecho a la ley, por derecho a ser, ser humano, digno y preeminente
representante de todo la Humanidad, podría ejercer, supongo yo, en un aprendiz,
una influencia menos impositiva y más dignificante y así, que, en algo se dejará
de criticar la imposibilidad de la práctica en sí de la moral kantiana. En el
film, cada día era un deber para el actor, y por ello su manipulación en
ciertos casos de las condiciones de las escenas como en el caso en el que toma
el maletín del carro de valores. Pero cuando se da cuenta de la dignidad de las
personas, de la preeminencia de la Humanidad, en cada uno de ellos, cuando se
ve a sí mismo, pero en ellos, es cuando se da cuenta de su deber, de su, según
este escrito, derecho a hacer lo “derecho”. La capacidad de, por voluntad y en
virtud, hacer; para promover no solo el justo hacer moral, sino, la oportunidad
de con eso, ser felices, en la medida de lo posible, si se puede, en
suposición.
Para finalizar, en este escrito, se quiere mencionar la
importancia que tiene la escuela y la educación, frente a lo ético-moral. Si
analizáramos la escuela desde un imperativo categórico, sería algo así, muy
pretenciosamente, como: educa según el modo que sea, -no universal-, pero sí que
haga valido de modo universal a cada ser humano dentro de la Humanidad. Así la
educación, la razón práctica “educativa”, digamos en poder del docente y la
razón práctica “aprehensiva” digamos en poder del dicente, deben buscar la
formación (bildung), cultura, que
solo se hace en la interrelación de los seres humanos, en la interacción de los
saberes dentro de cada aula, como mimesis de una sociedad, por ello la escuela,
la educación y los/las docentes no debemos educar en un qué pensar sino en un
cómo pensar (no de un solo modo, ni, a mí modo) con miras a la realización de
la libertad en el desarrollo mismo histórico de la Humanidad. Esta formación
y/o cultura es la que debe permitir las condiciones y posibilidades para un
reino de los fines al modo kantiano. Cada quien se hace y es responsable, en y
de toda la Humanidad.
QUINCHE
BIBLIOGRAFÍA
Kant, I. (2000) Critica
a la razón práctica. Edición de Roberto R. Aramayo. El libro de bolsillo.
Filosofía. Alianza Editorial
Kant, I. (2007)
Fundamentación de la metafísica de las costumbres, capítulo 2, México,
Editorial Porrua, págs.
Carrillo, L., (2010) El
concepto kantiano de ciudadanía, Medellín, Universidad de Antioquia, págs. 103
– 121.
Material audiovisual:
Ramis, Harold, Groundhog Day, Columbia Pictures, 1993.
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