sábado, 27 de mayo de 2017

LA PREEMINENCIA DE LA HUMANIDAD

LA PREEMINENCIA DE LA HUMANIDAD
Kant y la reivindicación de la humanidad en el ser humano
Suponiendo que haya una voluntad libre,
descúbrase la ley que sea capaz
 de determinarla necesariamente.
(Kant, Critica de la Razón Práctica. P. 94)

La humanidad tiende a lograr el sumo bien (KANT, I. 2000. P, 272) que es no individual, ni siquiera colectivo sino Universal, Absoluto y Necesario.  

“El concepto de lo sumo entraña una ambigüedad que, si no se tiene en cuenta, puede dar pie a disputas innecesarias. <<Sumo>> puede significar lo supremo (supremum) o también lo consumado (consumatum). Lo primero supone aquella condición que es ella misma incondicionada, esto es, que no se haya sometida a ninguna otra condición (originarium); lo segundo supone aquel conjunto que no forma parte de un conjunto mayor del mismo tipo (perfectissimum). […] En tanto que virtud y felicidad conjuntamente constituyen la tenencia del sumo bien en una persona, y por cuanto un reparto de felicidad en justa proporción con la moralidad (como valor de la persona y su merecimiento a ser feliz) constituye el sumo bien de un mundo posible, significa esto el \ completo y consumado bien donde la virtud supone el bien supremo en cuanto condición que no tiene ninguna por encima de ella y la felicidad resulta siempre grata para quien la posee, mas no es absolutamente buena por sí sola bajo cualquier respecto, sino suponiendo en todo momento como condición comportamiento moral conforme a la ley.” (KANT. 2000, P. 220-221)
Esta larga introducción es para poner en juego los conceptos principales con los que tratará este escrito, para hacer un breve recuento de las pretensiones de Kant frente al ámbito de la moralidad, tratando de ir más allá con el aporte de la maestra Carrillo. Finalizando por hacer una crítica en la medida de lo posible a los conceptos mismos de este trabajo, más que a la propuesta de Kant, pues su pensamiento, su coherencia, y su capacidad lógica e intelectual, no permiten del todo, -pues al presentar una filosofía, al fin y al cabo, tan pura, que evidencia a la razón pura misma, de la que tanto hizo para fundamentar-, una verdadera crítica.
“La noción de derecho a tener derechos apela al derecho de cada uno a tener un lugar donde habitar y un status político que le permita hacer su vida y expresar sus opiniones. El derecho a tener derechos es el derecho a ser reconocido por los demás como persona a quien corresponden derechos en general y, por tanto, es reclamo dirigido a la humanidad que exige ser reconocido por otros como perteneciente a la humanidad.” (CARRILLO, L. 2010, P. 107)
            Aquí, relacionaremos que el derecho a tener derechos se convertirá pues en otro de los conceptos fundamentales para este trabajo. La dignidad de la que habla Kant en este trabajo se tratará como la preeminencia de la Humanidad, la dignidad es lo que debe primar en el ser humano como representante inmediato de la Humidad. Kant reivindica la Humanidad, rescata su dignidad y pone de manifiesto que la virtud, en justa proporción con la moral –con el imperativo categórico- lo que traerá felicidad, pues “son pensadas como necesariamente unidas” (KANT, 2000, p. 224 [A 204]). La preeminencia (dignidad) de la Humanidad es entendida en este escrito, pues, como, el derecho a tener derechos.
            Podríamos empezar a aproximarnos a la tesis del presente escrito que tendería más o menos hacia lo siguiente: la moral es el puente entre la virtud y la felicidad. Si mi virtud no es contradictoria con la máxima kantiana, a saber: “El imperativo categórico es, pues, único, y es como sigue: obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal.” (KANT, I. 2007, P. 35), ello me permitirá ser digo de la felicidad. No estamos defendiendo una tesis eudemonista de Kant sino que sólo estamos  haciendo la salvedad de que en Kant no se olvida la felicidad, pero que el centro fundamental, elementa y necesario es lo moral, entendido esto como, el ámbito racional y puro del ser humano, en el que se detecta la idea a priori que debe comandar en la razón práctica, es decir, a la voluntad misma. Sabemos que la clasificación de la moral kantiana es formalista, universalista y deontológica. Eso quiere decir que, no necesita de un contenido, pues, es pura; que es válida y necesaria en absoluto para toda la Humanidad en cualquier tiempo y espacio; y, deontológica porque representa el deber en sí mismo como sinónimo de libertad. 
            Todo lo anterior es cosmopolita, puesto que, la libertad no es para unos cuantos, la virtud no es ejercida por unos cuantos, la felicidad no es buscada por unos cuantos y la moral no es para unos cuantos (por lo menos es una suposición). La razón pura, debe ser vista como eso, como pura y por tanto abstracta. La voluntad en tanto comandada por la razón es el reflejo de la razón y evidencia de la acción moral. La razón sólo busca su realización en la razón práctica. Pero es en la acción misma donde nunca podremos saber en verdad y con certeza cuál fue el impulso de la acción, si el deber o el conforme al deber o la pasión o el amor o la hipocresía. Lo que sí vemos en la realidad es una contradicción constante entre lo que debe ser y lo que es. Las acciones humanas no están comandadas por la razón. La razón se ha quedado muda. Sus mensajes ya no son entendidos por la voluntad, por la razón práctica (por lo menos es lo visible en la realidad, basta con leer un titular de prensa).
            Se considera en este trabajo que la relación entre Kant y Carrillo debe estribar en que la dignidad de la Humanidad es el derecho a los derechos, que la preeminencia de la Humanidad es su derecho a los derechos. Pues se considera, que, al momento de saberse humano (papel fundamental de la educación –ya lo dijo Kant que es la que hace a las seres, seres humanos- y la escuela) con derecho a los derechos, actuará conforme a los derechos de sí y de los demás, pues su derecho a los derechos es lo que define el conjunto de la Humanidad. Ese derecho a los derechos es el que me determinará a usar –no de modo instrumentalista sino constitutivo del ser- efectiva y eficazmente la razón para actuar por medio de la razón práctica o mi voluntad, en este caso, buena; para llevar a cabo la acción justa y necesaria además de universal, lo que traerá, supongamos, necesariamente  felicidad.
            En la película de Groundhog Day (atrapado en el tiempo o día de la marmota) la vida daba la oportunidad, al protagonista, de reformular su  hacer, de volver a garantizar el derecho a los derechos, de sí, pero, reflejado en los demás. Y a la vez el derecho a los derechos de los demás. Al principio, cada acción estaba comandada por todo, menos por la razón. No existía ningún imperativo categórico al modo kantiano. Solo el imperativo del sí mismo. Como si se olvidara del mundo, de la Humanidad. Por tanto, y a la vez, sin creer en sí mismo como representante de la Humanidad. El tratar a los seres humanos como cosas, como medios, como instrumentos, es una de las críticas fundamentales, que se hace desde la filosofía moral kantiana. El disponer de una manera mecánica y superflua de la Humanidad, sin reconocer su dignidad, su preeminencia, su Humanidad.
Lástima que esta ética sea tan difícil de consolidar, no quiere decir que, no se puede ejercer o no se ejerza. Sólo que hablar de “deber” ya pesa en la conciencia de la libertad. Si esa palabra deber fuera más bien por derecho, por derecho a la razón, por derecho a la ley, por derecho a ser, ser humano, digno y preeminente representante de todo la Humanidad, podría ejercer, supongo yo, en un aprendiz, una influencia menos impositiva y más dignificante y así, que, en algo se dejará de criticar la imposibilidad de la práctica en sí de la moral kantiana. En el film, cada día era un deber para el actor, y por ello su manipulación en ciertos casos de las condiciones de las escenas como en el caso en el que toma el maletín del carro de valores. Pero cuando se da cuenta de la dignidad de las personas, de la preeminencia de la Humanidad, en cada uno de ellos, cuando se ve a sí mismo, pero en ellos, es cuando se da cuenta de su deber, de su, según este escrito, derecho a hacer lo “derecho”. La capacidad de, por voluntad y en virtud, hacer; para promover no solo el justo hacer moral, sino, la oportunidad de con eso, ser felices, en la medida de lo posible, si se puede, en suposición.
            Para finalizar, en este escrito, se quiere mencionar la importancia que tiene la escuela y la educación, frente a lo ético-moral. Si analizáramos la escuela desde un imperativo categórico, sería algo así, muy pretenciosamente, como: educa según el modo que sea, -no universal-, pero sí que haga valido de modo universal a cada ser humano dentro de la Humanidad. Así la educación, la razón práctica “educativa”, digamos en poder del docente y la razón práctica “aprehensiva” digamos en poder del dicente, deben buscar la formación (bildung), cultura, que solo se hace en la interrelación de los seres humanos, en la interacción de los saberes dentro de cada aula, como mimesis de una sociedad, por ello la escuela, la educación y los/las docentes no debemos educar en un qué pensar sino en un cómo pensar (no de un solo modo, ni, a mí modo) con miras a la realización de la libertad en el desarrollo mismo histórico de la Humanidad. Esta formación y/o cultura es la que debe permitir las condiciones y posibilidades para un reino de los fines al modo kantiano. Cada quien se hace y es responsable, en y de toda la Humanidad.
   QUINCHE


BIBLIOGRAFÍA
Kant, I. (2000) Critica a la razón práctica. Edición de Roberto R. Aramayo. El libro de bolsillo. Filosofía. Alianza Editorial
Kant, I. (2007) Fundamentación de la metafísica de las costumbres, capítulo 2, México, Editorial Porrua, págs.
Carrillo, L., (2010) El concepto kantiano de ciudadanía, Medellín, Universidad de Antioquia, págs. 103 – 121.
Material audiovisual:
Ramis, Harold, Groundhog Day, Columbia Pictures, 1993.



            

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